Pasó como un huracán… Daddy Yankee se subió a la tarima de la Quinta Vergara y de entrada casi tocó el cielo. Su show apuntó alto y no bajó más. Como el flautista de Hamelín lideró las masas. Como el monito mayor guió una completa coreografía y como lo dice Simón, ordenó al público prender celulares y disparar flashazos con sus cámaras digitales cuando él quiso.
Sobre el escenario todo ardió. Relatos de historias callejeras con coreografías calientes. Muy calientes… Un show total que con razón incendia el mundo si apenas se escuchó su nombre nadie nunca más se sentó.A diferencia de sus colegas, lo de Daddy Yankee en vivo es un imperdible. Un espectáculo que crece incluso más alto que el fenómeno reggaeton. Nada de inexplicables bochornos que desnudan las monótonas falencias del género.
Hay quienes sólo sirven en el cedé, otros dónde tengan un micrófono delante. Esa es la diferencia entre los reyes y los plebeyos. Y es ahí donde la lengua del Cangri castiga.
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